martes, 11 de mayo de 2010

Alteza real: La lección del maestro

“El ingreso a la eternidad exige que el hombre haya sabido vivir por encima y no por debajo del sentido vulgar que se le atribuye a la existencia”.
Los lectores de Thomas Mann corren peligro al leer Alteza real. Acostumbrados a la literatura cerebral, pesada y a la vez fluida del autor alemán, a las discusiones y cavilaciones de los torturados personajes, a la desesperanza y la belleza, la segunda novela de Mann puede significar para los fanáticos del autor alemán una genuina decepción.

¿Por qué? Debido a su estructura narrativa de cuento de hadas. El mismo Mann indicó que se trataba de un “cuento de hadas pedagógico” , e incluso ha sido considerada un desliz en la brillante carrera literaria del Nobel germano. Pero tratándose de Mann, está claro que no podía ser tan sólo eso.

Desde el principio, en Alteza real los personajes están torturados por la soledad. Y no en un sentido tradicional, como puede estarlo, por ejemplo, un adolescente santiaguino, sino una soledad profunda, condicionada por la misma existencia del individuo que la soporta.

La forma en que el ser de las personas puede significar su aislamiento es una idea central en la novela. El príncipe Klaus Heinrich se encuentra aislado por su realeza; Imma, por la riqueza; Uberbein, por la frustración; la condesa por la locura, la reina por la belleza, el gran duque por la nobleza, e incluso el rosal, por las piedras. El rol que cada una de estos sujetos cumple en el mundo lo absorbe por completo, y le consume al punto de confundir su identidad con su papel.

Y de ahí mismo se deshilvana el conflicto; cómo sacarse de encima la pesada carga del rol, y desarrollar una personalidad independiente de la función. Se trata de algo bastante más complicado de lo que suena. El rol es el modo en que nos presentamos ante el mundo; nuestra apariencia. Si queremos sobrepasarla, en algún momento habremos de bajar la guardia y olvidarla. Pero ello no está exento de riesgos; Mann lo explicita al narrar las humillantes consecuencias que esta renuncia tiene para los personajes. El consejo de la sociedad, que es el mismo de Uberbein, tutor y maestro del principal, es dedicarse a la apariencia y olvidarse del ser. De lo contrario, las burlas y la crueldad estarán a la orden del día.

El final feliz de la novela es un reconocimiento a la valentía de los que se atreven, aunque suene cliché, a buscar la felicidad pese a los evidentes escollos del camino, a ser algo distinto a lo que la sociedad espera que seamos. Nótese que en este caso la renuncia de los personajes se efectúa respecto de apariencias que la sociedad considera como eminentemente deseables; a la despreocupación absoluta respecto al mundo que implican la realeza y la riqueza. Tal vez por este consejo tan evidentemente relatado, y tal vez adolescente, es que Mann calificó a la novela como “pedagógica”.

Pero hay algo más en esta lección. Un par de elementos cuya falta probablemente le habría quitado valor y seriedad. Se trata, por una parte, del Gran Duque Albrecht II, y por otra, del trágico final de Uberbein. Éste último, que es lo más parecido a un antagonista en la narración, había renunciado a la felicidad por mantener su apariencia. Su ser se había fusionado por completo con su rol. Y en un caso así, el fracaso absoluto e irremediable del rol, no puede significar otra cosa que el fin del ser.

El personaje del gran duque, por su parte, es tal vez el más interesante de la novela. Representa la dignidad de aquellos que están por sobre del común de las personas. Y en esa calidad, desprecia la formalidad de su existencia, puesto que su única función es servir de adorno para una sociedad que ya no lo necesita. Debe comportarse como si fuese el que decide los destinos de la nación, cuando de verdad sólo conciente en las decisiones de ministros y secretarios. Sus acciones carecen de significado; son una expresión de comportamiento, y no de acción, en el sentido de Hanna Arendt. La inutilidad y falta de sentido de su comportamiento lo tortura.

Por ello, odia a su elevada profesión, que su hermano, Klaus Heinrich, al consistir principalmente en apariencia, abraza para si mismo sin plantearse las cuestiones de coherencia que implica el comportamiento sin sentido. Tan sólo al final, Klaus Heinrich dota de contenido o “fondo” a sus acciones y su ser, y es aquello lo que le permite salir victorioso.

Lo anterior se refleja en la actitud de ambos frente a la popularidad; para Klaus Heinrich, el amor del pueblo es la medida de su ser. Si le aman, entonces está haciendo las cosas bien. El gran duque, en cambio, la desprecia, puesto que depende de mera apariencia: tal como se lo dice a su hermano, “hay que tener la piel muy dura para sufrir sin vergüenza el engaño de la grandeza”.

En resumen, la lección del maestro puede resumirse en las palabras de otro Nobel, esta vez sueco, Pär Lagerkvist: “El ingreso a la eternidad exige que el hombre haya sabido vivir por encima y no por debajo del sentido vulgar que se le atribuye a la existencia”.

Alteza real: La lección del maestro
Apr 14th, 2009 | By Fabián Duffau | Category: Destacado, Opinión
Alteza Real, Escritores Alemanes, La Montaña Mágica, Thomas Mann
Fuente: http://librosdementira.com/alteza-real-la-leccion-del-maestro/

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