domingo, 7 de febrero de 2010

Consideraciones sobre el Patrimonio Intangible y las políticas estatales de salvaguarda, difusión y transmisión generacional

Prof. Esteban Emilio Mosonyi
Nuestro objetivo habrá de plasmarse en un Haití plenamente reconstruido a base de su propia historia, apoyado en sus propios recursos, con el despliegue de toda su originalidad cultural y atento a las aspiraciones legítimas de sus habitantes; ahora más conscientes que nunca de su identidad y diversidad, dentro de un orden mundial sin oprimidos ni opresores.

Iniciamos nuestro recorrido por el tema con una serie de cambios conceptuales y redefiniciones políticas que, por fin y después de tanto tiempo, empiezan a reconocer el Patrimonio Cultural Intangible –fiestas y ceremonias colectivas, espiritualidad, música y danzas, conocimientos y saberes, idiomas y discursos, entre otros– ya a finales del siglo pasado. Un largo periodo de invisibilización por desprecio, ignorancia e intereses subalternos había puesto en peligro incluso la existencia de tales manifestaciones, ante el avasallamiento globalizador, el mercantilismo neoliberal y la doctrina del Estado napoleónico uniforme e indiviso, reacio a toda diversidad y diferencia. Dentro de esa situación insostenible, la peor parte les ha tocado a los idiomas minorizados, unos seis mil sistemas lingüísticos prácticamente condenados a desaparecer en un máximo de uno o dos siglos, quedando a salvo solo algunas lenguas dominantes. Otro punto que desarrollamos en esta primera parte es lo relativo de la diferenciación entre Patrimonio Tangible y Patrimonio Intangible, ya que la interpenetración entre ambos es mucho mayor y evidente de lo que se imagina y, en última instancia, los códigos cognitivos y simbólicos que hacen posible la cultura son básicamente intangibles, comenzando por el lenguaje articulado.
Más adelante exponemos que, por fortuna, el proceso desintegrador y desaparición progresiva del Patrimonio Intangible en general y de las lenguas en particular no es un hecho irreversible. En Venezuela, por ejemplo, una nueva Constitución, algunas disposiciones normativas y la toma de consciencia de las comunidades portadoras bastaron para que en este último decenio no se produjera la pérdida de ningún idioma indígena vernáculo sino más bien la resurrección de algunos que ya se creían extintos. La parte final la dedicamos a la trágica situación de Haití a raíz del terremoto, en el sentido de proponer una alternativa internacional de acción solidaria, consistente en promover la reconstrucción del país a base de su inmenso Patrimonio Intangible colectivo, muy presente en sus pobladores y hasta la fecha poco activado para proporcionar a esta Nación un modelo de desarrollo original y sostenible.
I

No parece haber manera de sustraernos a cierto optimismo realista a la vez que placentero, al referirnos a este increíble cambio de mentalidad –un verdadero vuelco copernicano– en relación con el valor y la importancia que la opinión mundial progresista le asigna al Patrimonio histórico-cultural de los pueblos en general, y ahora más recientemente al Patrimonio Intangible en particular. En efecto, quedan todavía personas y hasta funcionarios anclados en decenios pasados, cuando todavía el único patrimonio diagnosticable y defendible era el material, sobre todo el arquitectónico. Pero, los últimos dos decenios como mínimo han sido testigos de avances muy significativos, esperemos que definitivos, en la apreciación de las manifestaciones culturales y simbólicas no materiales, tales como la música, fiestas, saberes, oralidad y finalmente, porque llegaron de últimas a este escenario, las lenguas del mundo o idiomas como algunos prefieren. Vale la pena hacer una acotación en este punto, porque el español parece ser el único sistema lingüístico que distingue claramente entre idioma –de carácter fundamentalmente oficial y oficioso– y lengua en el sentido de creación simbólica, codificación cognitiva y expresiva, más directamente ligada a la naturaleza humana: recuérdese que en inglés se dice solamente “language”, en francés “langue”, el alemán “Sprache”, en húngaro “nyelv”, y así sucesivamente sin presencia complementaria de la palabra “idioma”. Pero ahora los pueblos indígenas vinculados al mundo hispano –con toda la razón del mundo al ver reducidas por las políticas oficiales y las sociedades mayoritarias sus lenguas nativas al estatus de meros dialectos– exigen unánimemente que en todos los textos legales, y otros formales e incluso informales, se hable solamente de “idiomas indígenas”, dándoseles así el estatus máximo.
Más allá de lo anecdótico, las manifestaciones culturales intangibles aquí referidas acudieron muy tarde al escenario político, al umbral de su deterioro y posterior extinción, y estas situaciones según algunas opiniones pesimistas no han sido superadas todavía. Más adelante vamos a referirnos algo más extensamente a este punto. Pero ya podemos anticipar que el solo hecho de haberse provocado una reacción en cadena muy exitosa por parte de los defensores de la diversidad, pertenecientes a diferentes disciplinas, ha servido para poner de manifiesto este inmenso peligro. A partir de este diagnóstico pesimista vienen surgiendo múltiples iniciativas, con el fin abierto ya no solo de mitigar los efectos de la amenaza de extinción, sino incluso de revertir y eliminar la tendencia como tal. La humanidad y los pueblos que la constituyen, especialmente los más pequeños e indefensos, se declararon en rebeldía ante la presunta extinción inevitable de nuestras manifestaciones irreductibles a expresiones materiales, principalmente los idiomas y sus variantes, por ser ellos los que corren mayor peligro. Seguiré insistiendo en mi punto de vista, por cuanto siguen proliferando informaciones, algunas de ellas interesadas y otras producto de la ignorancia, que descartan cualquier posibilidad de salvación a futuro del inmenso patrimonio humano inmaterial, por ejemplo cuando afirman que de los aparentemente seis mil idiomas existentes en el mundo solo sobrevivirá algo así como una docena al cabo de los próximos dos siglos. En realidad, ahora más que nunca seguimos contando con muchísimos recursos para impedir que suceda esa debacle; pero antes de pasar a este tema me siento en el deber de aclarar algunos puntos teóricos y prácticos en torno al concepto mismo de Patrimonio Inmaterial, todavía sujeto a muchas discusiones.
Antes que nada, la misma dicotomía que separa lo material de lo inmaterial está mal concebida. Parecieran existir, según esa concepción errada, dos ámbitos radicalmente distintos y sin mucha ósmosis limítrofe. Si verdaderamente fuera así, los tecnócratas y la gente pragmática en general estarían de plácemes, porque su labor se les facilitaría y concretaría al máximo: unos trabajarían con un sector y otros con el otro, así de simple. Por fortuna, la realidad no se nos da de forma tan esquemática; necesitamos poner en acción el pensamiento complejo que tampoco es producto intelectual exclusivo del muy respetado profesor Edgar Morin. Si nos ponemos a analizar sin prejuicios, es fácil percatarnos que ni siquiera las pirámides de Egipto o del Mundo Maya pueden reducirse meramente a la categoría de Patrimonio Material. Detrás de esas joyas arquitectónicas, todavía amenazadas por fenómenos naturales y el ser humano, están múltiples códigos simbólicos, escritos –los menos– y orales –el resto–, algunos de ellos todavía rescatables, precisamente a través del discurso de los pueblos descendientes y sus idiomas, muchos de los cuales se niegan a desaparecer. Por ejemplo, los recientes y a veces no tan recientes estudios antropológicos nos informan en amplia medida hasta qué punto los sabios maya actuales de México, Guatemala, Belice y Honduras, dueños persistentes de sus idiomas ancestrales y de una riquísima oralidad, poseen información muy abundante sobre lo concerniente a la construcción de estas obras; igualmente, las razones que las hicieron posibles, las conexiones cosmogónicas, etnocientíficas, míticas, simbólicas y de otra índole, por más que gran parte de ese conocimiento se haya perdido en las hogueras de la Inquisición, y en la brutal represión colonial y posteriormente republicana. Mutatis mutandis, lo mismo se podría decir en relación con todo el tesoro arqueológico y arquitectónico que alberga nuestro planeta, a veces en condiciones bastante precarias por decir lo menos.
Mas no es preciso invocar estas creaciones monumentales para darnos cuenta de la estricta e indeleble imbricación que hay entre lo material y lo no material, lo tangible y lo intangible, aun cuando confieso que lo aquí dicho no puede tomarse como argumento valedero para combatir todo tipo de especialización: nada más lejos de nuestro espíritu que predicar la conversión de los expertos en “toderos” aficionados, como lamentablemente existen tantos de ellos, provistos incluso de un acusado sentido mercantil. Considero, sin embargo, que en beneficio de las políticas más avanzadas de salvaguarda patrimonial es necesario enfatizar la unidad epistemológica presente en toda esta inmensa diversidad, en forma dialéctica y dinámica. Podríamos buscar infinidad de ejemplos, pero el espacio nos obliga a aterrizar en unos pocos bien seleccionados. Hace apenas dos años un grupo de científicos sociales nos pusimos a discutir sobre si en la gastronomía predominaba lo tangible o lo intangible. En las políticas actuales se la enrola dentro de lo tangible, a base de nuestra experiencia sensitiva de apreciar el gusto de cada tipo de comida bien elaborada. Aquí estaremos de acuerdo de que se trata de algo muy material, como por ejemplo un plato con carne de oveja. Pero basta una mínima profundización para percatarnos de que las recetas, cuando no están escritas, forman parte de oralidades a veces muy recónditas, casi indescifrables todavía, expresadas incluso en múltiples idiomas generalmente minoritarios, a partir de los cuales sería extremadamente difícil conseguir traducciones fieles para reproducir algunas de estas exquisiteces. De esta manera obtenemos la conexión perfecta entre gastronomía, lingüística e incluso análisis del discurso. Creo que ya se nos entendió que no se pretende convertir en lingüistas o algo parecido a los expertos en Patrimonio Gastronómico, mas sí es extremadamente importante tomar en consideración estas conexiones y estudiarlas con la mayor seriedad, incluso mediante un creciente trabajo interdisciplinario y transdisciplinario.
Todas estas consideraciones resultan ser de suma importancia cuando sopesamos que hasta hace poco tiempo se creía que la mitología, la llamada literatura oral de los pueblos indígenas y vernáculos, incluso el conocimiento discursivo de las diversísimas culturas con que afortunadamente cuenta la humanidad, pueden estudiarse y hasta perpetuarse exclusivamente a través de un pequeño número de idiomas de extensión mundial como el inglés, el francés, el español y algunos otros, poquísimos por cierto. Ya hay holandeses, estonios, árabes y también hispanos que no quieren escribir en su idioma sino en inglés, con miras a lograr el acceso a un público más numeroso, inclusive un mercado más rentable para sus aportes. Cualquier investigación honesta, éticamente sustentable y epistémicamente válida, nos aclara en seguida que ese reductivismo simplista no es posible ni deseable, al menos si respetamos la verdad de los hechos y también las exigencias históricas de los pueblos que no quieren ver alterado ni mutilado su patrimonio, a menudo milenario y siempre intransferible. En otros términos, estamos agradecidos, sin duda, a los investigadores internacionales que nos han transmitido estudios serios y documentados sobre tantos pueblos no occidentales de América, África, Asia y Oceanía. Pero ya se hace necesario e imprescindible que todas estas sociedades hablen con voz propia, y en el idioma que les corresponde. Nunca va a ser igual un mito contado en warao que su traducción al español o al inglés, aún en la versión más esmerada. Además de la tesitura de cada discurso, las asociaciones históricas y culturales entre los códigos lingüísticos y cada mensaje expresado, las palabras y sus mutuas relaciones, incluso el sonido ínsito en la musicalidad de cada fonología distintiva, sólo hacen acto de presencia a través del uso del idioma nativo. Aun en el mundo occidental no hay comparación posible entre leer El Quijote en español o hacer lo mismo en inglés, y ningún entendido en la materia se sentiría cómodo con una versión del Hamlet en francés o, retrocediendo a través de los milenios, leer e interpretar los poemas homéricos en cualquier lengua contemporánea. Ahora bien, las diferencias son mucho más sensibles entre los idiomas indígenas y aquellos pocos que por los momentos controlan el cuasi-monopolio editorial industrializado.
Puesto que me encanta reforzar con ejemplos claros y concretos cualquier afirmación de índole y procedencia más bien teórica, propongo que cotejemos muy brevemente un párrafo tomado de un canto religioso pumé (yaruro, del Estado Apure) en idioma original con su traducción bastante fiel al castellano:Así es de verdad en este día, queda lejos de la tierra, la tierra sonora del paraíso, si fuera como irse por el mundo terrenal no se llegaría jamás. El sabio va en medio del poder del canto, el espíritu de su cuerpo va cantando con poder el motivo de la palabra creada, va cantando con sabiduría en este día; solamente soñaba para cantar este canto.Hãdikhẽna dova dyωa dova dyωa/ hachidikhẽ dabure dabure/ do ãdechhia pẽ ãna gωrεre/ daia daia baöãmi baöröre/ daεda ngõdω dörödεrẽãvã –dεrẽãvã/ Chuŗi baö ngoãdi hũĩ hãvεchharε chharεre/ pũmẽthoĩ maeaŗa chuŗi baö ngoãmeã/ pariapame maẽchiava/ ngoãdi hũĩda hãvεchha/ dova dyωare dova dyωa dova dyωa/ habo hãdikhiarε remeŗεre/ ngoãrẽkεda hea dyωa.Tomado de Cleto Castillo, Jorge Díaz Pozo Citado en el Calendario editado por la Defensa PúblicaTribunal Supremo de Justicia, 2007.Trataré de ser sintético ante la evidencia del lógico desconocimiento del idioma y cultura pumé por parte de mis interlocutores. Pero basta una revisión somera para poner en evidencia que términos como “paraíso”, “mundo terrenal”, “poder”, “espíritu”, “sabiduría” –aún teniendo traducciones precisas– no significan exactamente lo mismo en pumé que en castellano u otras lenguas occidentales, entre las cuales a su vez se dan diferencias importantes de carácter semántico y pragmático. Las asociaciones intralingüísticas e intraculturales, dentro del mundo pumé, también necesitan de la comprensión y hasta internalización global del modelo societario indígena como tal. Hay también partículas de relleno, reiteraciones y junturas que marcan las pausas necesarias, especialmente dentro del canto producido por el músico pumé o tõhengoãme. Además, todos estos hechos se inscriben dentro de la sonoridad muy particular del idioma pumé con sus infinitos matices vocálicos y consonánticos. Sin proseguir por ahora, creo que cualquier persona desprejuiciada se da cuenta de la enorme distancia que hay entre un texto indígena original y su traducción respectiva, sin desmerecer el intento de comunicación parcial, opción claramente superior a la ignorancia y desinformación total. Vale decir, es muchísimo mejor aproximarnos a una cultura con todas nuestras limitaciones, antes que desconocerla manifiestamente.
II

Al comienzo de mi exposición señalé brevemente la reversibilidad, hasta ahora negada, de la malsana tendencia a la desaparición total de la mayor parte del Patrimonio Intangible de la humanidad. Rompiendo con todo lo establecido, intentaré justificar mi posición apelando al caso venezolano, el cual podría estar reproduciéndose en otros países y lugares. Ya desde mediados del siglo pasado se viene diciendo que algunos idiomas e incluso culturas totales de ciertos pueblos indígenas muy minoritarios y “aculturados” –caso de los baré, baniwa, warekena del Estado Amazonas o de los añú del Zulia– están a punto de desaparecer y nada se podrá hacer por evitarlo. Ahora bien, todas estas lenguas –con sus respectivas culturas e identidades–, están ahora atravesando un notorio proceso de recuperación, con nichos lingüísticos o preescolares familiares indígenas, talleres y cursos impartidos por hablantes nativos, lingüistas aliados o por cualquier docente que se sienta competente, planes sencillos o sofisticados de recuperación, cuya sumatoria hace perfectamente posible la retoma de lo perdido al cabo de una o dos generaciones de esfuerzo sostenido. Tan cierto es eso que se están reconstruyendo y devolviendo al uso coloquial idiomas total o casi totalmente desaparecidos, ya sin hablantes patrimoniales, como el chaima de la familia caribe (Estados Monagas y Sucre), el ayamán y el gayón de la formación orográfica Lara-Falcón, de origen independiente, o sea, irreductible a las familias etnolingüísticas más conocidas. No quiero que se malinterprete esta situación; en ningún momento se trata de volver al pasado o desvincularse de la realidad nacional. Todo lo contrario, lo que se pretende es participar protagónicamente en el mundo contemporáneo, aprovechando todas sus ventajas, pero al mismo tiempo sin sacrificar para nada el patrimonio milenario, material e inmaterial de los pueblos, si bien este no permanece inmutable al compartir la dinámica de todo lo humano. Así, por ejemplo, el idioma hebreo actual de Israel es muy parecido mas no idéntico al bíblico o al mishnaico. Estas consideraciones pueden aclarar hasta qué punto es importante romper con el mito de que la única forma de estar en el presente y aspirar a un futuro es asimilándose a la globalización neoliberal estilo Francis Fukuyama o Margaret Thatcher.
En esto nos apoya la importante contribución de la UNESCO, la UN y otras instancias internacionales, mediante sus conferencias, declaraciones, documentos y otras publicaciones sobre diversidad, multiculturalismo, derechos indígenas –incluidos dos decenios internacionales dedicados solamente a los pueblos indígenas–, por supuesto el ambientalismo y tantas otras temáticas afines.
Continuando con la situación venezolana, comprendemos perfectamente que sería un tanto ingenuo entregarnos a un optimismo exagerado o pensar que las cosas irán saliendo por sí solas, sin responsabilidad de nuestra parte. No deja de ser verdad que la mayoría de nuestras lenguas autóctonas y vernáculas (patuá francés de Güiria y el Callao, alemán de la Colonia Tovar), están todavía pasando por un periodo que registra censalmente unas pérdidas porcentuales importantes, en cuanto al número de hablantes fluidos; aunque si nos fijamos en las cifras absolutas, el aumento demográfico que se contabiliza en casi todas partes nos informa más bien sobre un número creciente de hablantes. Todo esto parece contradictorio, y lo es hasta cierto punto, mas también es cierto que actualmente estas lenguas y tradiciones culturales, incluyendo las más recónditas, tienen sus dolientes al menos en una parte considerable de la población portadora. Éstos, al organizarse y hacerse notar –ante propios y extraños–, lejos de permitir la extinción de su legado, tratan de influir más bien en su comunidad y entre los aliados, para iniciar y más adelante reforzar las tendencias revitalizadoras, con garantía de éxito en la mayoría de los casos.
El mismo fenómeno, con sus lógicas especificidades, se produce en otros continentes. También se habla desde hace siglos de la muy próxima extinción del idioma irlandés-gaélico, de origen celta. Ahora bien, es verdad que la gran mayoría de los irlandeses hablan normalmente el inglés, pero también existen muchos núcleos duros, todavía minoritarios, que hablan constantemente y transmiten el gaélico y el propio gobierno lo utiliza como idioma oficial. Así que no hay manera de que el idioma se pierda: lo difícil sería generalizarlo como sistema simbólico de intercambio coloquial entre todos los irlandeses. Volviendo a nuestro caso venezolano, sería injusto ocultar o minimizar el que en estos últimos decenios, particularmente a raíz de la Constitución de 1999, los pueblos, culturas e idiomas indígenas –y más recientemente, afrodescendientes– han adquirido mucha visibilidad y, si bien los cambios no ocurren con la velocidad deseada, poco a poco se va disipando la desinformación y se relativizan los prejuicios que antes pesaban sobre estas comunidades, junto a sus valores ancestrales. Por ejemplo, es cierto que en nuestro país aún no se ha logrado instaurar un buen sistema de Educación Intercultural Bilingüe; de hecho, algunos países que la iniciaron después que nosotros han recorrido un camino más largo, como es el caso de Ecuador, Brasil, Bolivia o México. Mas aún así, donde ha faltado el recurso o la voluntad política de los organismos oficiales, muchas veces han sido las propias comunidades las que se han organizado y han puesto su empeño en crear por lo menos alguna forma de interculturalidad, y espacios adicionales para su idioma y demás manifestaciones. Vengo insistiendo hace algún tiempo, en que el Estado venezolano debería volver a priorizar el tema indígena, tal como ya se intentó con las disposiciones transitorias –casi todas ellas pro-indígenas– de la Constitución Bolivariana de 1999, pero cuyo empuje ha venido disminuyendo más o menos a partir del 2005 a esta parte.
Estamos aún a tiempo para recuperarnos a la vez que darle este ejemplo al mundo, mediante el hecho cierto y documentado de que entre nosotros, lejos de haber disminuido el número de idiomas y oralidades indígenas, más bien han vuelto al escenario histórico algunos que ya se habían dado por extintos, y eso hace bastante tiempo. Debemos imaginarnos cómo mejorará esta situación si nuestro Estado y sus organismos le vuelven a meter la mano a nuestra ya casi cincuentena de idiomas y culturas originarios y vernáculos. Es un verdadero desafío, al mismo tiempo que muy realista porque está comprobado que los gastos culturales, aún los muy abundantes, suelen estar muy por debajo de otros tipos de erogaciones y aun así producen bastantes resultados. Es obligatorio agregar, además, gracias a las múltiples pruebas directas e indirectas existentes, que el desarrollo cultural sostenible influye decisivamente en otros renglones, en todo un conjunto de aspectos de la vida y convivencia sociales, incluyendo cierto progreso económico endógeno, además de la altísima elevación de la autoestima de la gente. Venezuela está en la obligación de señalar mediante el ejemplo la viabilidad de una sociedad diversa y múltiple, respetuosa de sus orígenes históricos, la complejidad de su presente y los retos de un porvenir creativo y abierto para nuevas posibilidades. Y si logramos probar ante el mundo que la recuperación de las culturas y lenguas minorizadas sí es perfectamente posible, no hay razones para pensar que lo mismo no podrá ser alcanzado en otras latitudes a pesar de las diferencias. De hecho, existen en todos los países y continentes muchísimos movimientos exitosos, en cuyo seno vuelven a surgir estos patrimonios intangibles potenciales, dormidos mas no muertos ni desaparecidos, según dicen los propios portadores. Las experiencias de los indígenas norteamericanos son, por ejemplo, impresionantes. Por mi parte, estoy y permanezco firmemente convencido de que la supuesta extinción del Patrimonio Inmaterial de la humanidad habrá de ser y podrá ser revertida en todas partes del mundo.
III

La temática que hemos abordado es a la vez hermosa y fascinante, pero también difícil e interminable, a medida que uno va profundizando, sobre todo si se utiliza una tónica interactuante. La presente ocasión es poco apropiada para seguir adelante, pero no quisiera concluir estas reflexiones sin antes referirme a un tema muy específico, muy de este momento, en el cual deseo además involucrarme. Sería bueno que le prestemos atención a la reciente tragedia de Haití, más allá de su terrible costo en destrucción avasallante y pérdida masiva de vidas humanas. Comoquiera que estamos discurriendo sobre diversos aspectos y connotaciones del Patrimonio Intangible, tomado en su sentido más lato, en este momento me tocará expresar –tal vez de manera muy iconoclasta, pero todavía dentro de la realidad– que el terrible seísmo, junto con sus concomitancias, ha llevado trágicamente a cierta “intangibilización” del patrimonio haitiano, ya que los mejores edificios y construcciones –como el Palacio Presidencial– se han derrumbado, e ignoramos cuándo y cómo serán reconstruidos. Haití es ahora una gran memoria colectiva, amparada y enriquecida por un inmenso Patrimonio histórico, cultural y lingüístico de carácter fundamentalmente intangible. La cultura popular haitiana, de origen afrodescendiente pero matizada de mucha influencia francesa, antillana y con cierto sustrato amerindio, siempre se ha caracterizado por su gran riqueza, variedad y arraigo indeleble en el seno de la población entera: un verdadero pueblo de artistas y creadores, de intelectuales, escritores y poetas, en cantidad y calidad proporcionalmente muy superior al tamaño de la isla y al número de habitantes. Para ir al grano, Haití ha sido un país desafortunado en lo político y socioeconómico, pero riquísimo en cultura propia y originalidad creativa. Ahora, ante la presente tragedia, tal situación se nos vuelve aun más llamativa y explícita.
No albergo ninguna duda de que una verdadera reconstrucción del país y nación haitianos depende en gran medida del encauzamiento de su densa y privilegiada cultura intangible –es la que más sobresale después del horrible terremoto con sus réplicas interminables– hacia una recuperación independiente y un autodesarrollo sostenible en lo ecológico, social y humano. Sé que se trata de una tarea sumamente difícil, pero estrictamente necesario en este momento. Es verdad que la llamada comunidad internacional parece dispuesta a tenderle la mano a este pueblo y coadyuvar, más que en cualquier otro momento anterior, a restaurar la vida y vitalidad de esta importante y emblemática sociedad caribeña. Pero también es cierto que cada aliado potencial preferiría ayudar a su manera, tal vez imponiendo o dictando criterios incongruentes con la historia e identidad haitianas. Sería horroroso pensar en un Haití “globalizado” y más aún si se tratase de un país “marginalizado” dentro de la globalización, algo así como una fuente barata de maquilas y mano de obra semi-esclava, dentro del más clásico neoliberalismo. Tampoco luce mucho más atractivo un modelo de simple modernización, como un tránsito al siglo XXI en términos despersonalizados y desprovistos de aportaciones propias, continuadoras de su hermosa tradición afrocaribeña. Igualmente caricaturesco podría ser el paracaidismo de redentores improvisados, quienes a nombre de cualquier doctrina pretenderían inventar un nuevo Haití, según sus propios gustos y preferencias. Por el contrario, estamos ante el reto de lograr que Haití, por primera vez en su historia, llegue a recuperar ojalá definitivamente su identidad propia e intransferible, su diversidad interna y la que lo define frente al resto del Caribe y del mundo. Esto conlleva una iniciativa protagónica a través de la autoestima creciente, fomentada desde adentro y a partir de los aliados internacionales. Haití se lo merece, en virtud de su propio ser intrínseco, mas también por haber sido el iniciador de la emancipación caribeña y, por extensión, centro y suramericana. Lejos de habérsele retribuido tanta deuda histórica, Haití ha sido una y mil veces humillado, vituperado, conquistado, discriminado, en su condición del país más pobre y peor tratado del hemisferio occidental. Ello tiene que terminar, y nos encontramos en el momento preciso para alcanzar ese fin.
Pero no quisiera que mi texto se convierta en una mera declaración de principios, aunque así tampoco se haría ningún daño. Acudiré más bien a mi vocación personal de hace largos años en pro de la diversidad lingüístico-cultural de los pueblos enmarcada en su desarrollo sostenido, libre, autónomo y protagónico, como debería ser en todo el mundo. En tal sentido, deseo manifestar mi intención, sin ambages o vericuetos discursivos, de formular una iniciativa institucionalizada, de carácter no impositivo sino propiciador de la participación integral de toda la comunidad y comunidades haitianas, en el sentido más lato e integral del concepto. Propongo constituir un grupo de trabajo internacional, interdisciplinario y transdisciplinario, creado específicamente a fin de servir de facilitadores y proveedores de los recursos necesarios para activar de manera sin precedentes el grandioso y complejísimo Patrimonio cultural haitiano, con especial atención a su Patrimonio Intangible en tanto la más idónea para marcar la pauta en esta encrucijada histórica. En esta noble tarea todos los países hermanos podríamos ayudar, a la vez que la propia UNESCO tendría una participación fundamental, dada su amplia experiencia y su solvencia indiscutible en el ancho mundo de las organizaciones internacionales. Nadie ignora que una acción de esta naturaleza aún no ha sido planificada, frente a otras que se vienen hilvanando lentamente desde largo tiempo atrás. Mas, precisamente, la terrible y calamitosa situación en que se halla sumida la República de Haití nos está obligando –no cabe la menor duda– a diseñar un plan dentro de los lineamientos propuestos, sin necesidad de improvisar y evitando cualquier arbitrariedad contraproducente. Para ello habrá que seguir las múltiples conclusiones y recomendaciones emanadas de una larga serie de conferencias y reuniones internacionales que han puesto en el tapete una cantidad creciente de valores humanos, ambientales, espirituales y cósmicos: la regeneración ecosistémica del planeta, el desarrollo sostenible con sus nuevas fuentes energéticas, la diversidad socio-cultural, la conservación y difusión de los idiomas minorizados, la creación de una nueva episteme de raíces múltiples como ente generador de propuestas educativas alternas y cónsonas con estos objetivos y aspiraciones, cada vez más internalizados por la humanidad progresista, pensante y amante de la paz.
Tal sería el punto de partida, quizás y sin quizás, de un nuevo tipo de acción de envergadura internacional en solidaridad y homenaje al querido pueblo haitiano. Confieso que la idea me atrae tanto que mi propia participación activa y en primera fila, para su puesta en marcha y desenvolvimiento progresivo, sería una de mis prioridades profesionales, en caso de materializarse el proyecto como espero y aspiro a que suceda. Querría poner de manifiesto que la potenciación de ese Patrimonio Intangible que continúa incólume en la totalidad del pueblo haitiano conduciría, ya a corto y mediano plazo, a novedosas y originales propuestas de economía popular, a organizaciones sociales endógenas, formas mucho más apropiadas de utilizar los recursos naturales. Se enfrentaría la problemática de la vivienda a partir de una tecnología y estética fundamentalmente caribeñas con su imprescindible sello afrodescendiente; una agricultura renovada apuntaría hacia la producción diversificada y enraizada en lo local. Lo mismo ocurriría con el arte popular –más que artesanía–, el turismo cultural interno y externo, la creación de una red de transporte y comercialización al alcance de las comunidades organizadas; en fin, todo lo necesario para la construcción y reconstrucción de este país que, sin dar la espalda al resto del mundo y sus procesos políticos y tecnológicos, fundamente su futuro en esa originalidad cultural y especificidad identitaria a las que hemos hecho referencia. No se trata de una propuesta fundamentalista ni fanática; nadie piensa separar a Haití del acontecer planetario. Nuestro objetivo habrá de plasmarse en un Haití plenamente reconstruido a base de su propia historia, apoyado en sus propios recursos, con el despliegue de toda su originalidad cultural y atento a las aspiraciones legítimas de sus habitantes; ahora más conscientes que nunca de su identidad y diversidad, dentro de un orden mundial sin oprimidos ni opresores.

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